domingo, abril 13

La nada misma.

Lo que debía estar no está. Esa presencia etérea como de miembro fantasma. Salí del cine y donde debía estar mi bicicleta había una nada, aire. Aire, toco aire a vos no te toco. Yastá. Se la llevaron nomás; ahora no me preocupo más. Así también a mi última novia. Un momento, largo, cuando no crees. El cerebro persiste en seguir viendo lo que no está. Un sentimiento raro, un cosquilleo, de sentirse estando donde no se debiera. Después; no sé cuánto después porque el tiempo se enrarece, la idea de haber caído en un planeta extraño; como en esas películas que empiezan con una casualidad. Se acaba la nafta en un camino solitario y hay que caminar en la noche oscura hacia una luz; golpear las manos y esperar. Estar allí donde no nos esperan; ser lo que nadie se imagino. Reagruparse; contar los muertos y heridos; ver que partes del cerebro no quedaron inutilizadas. Freud lo sabía; si algo sale bien, nos creemos los héroes victoriosos que lo sabían todo; si algo sale mal, repasamos la cadena de eventos una y mil veces viendo las mil oportunidades que no tomamos. El cerebro, ese gran tramposo, nos muestra lo que era imposible ver. Algo, o alguien ya no está, y los que cambiamos somos nosotros, como si una parte nuestra nos hubiera abandonado. Todo lo que puede decirse, puede decirse claramente. De los que estamos no falta nadie. Un poste solitario sosteniendo una cadena que ya ha perdido su sentido. Salí del cine y me habían robado la bicicleta. No aprendo más. Santiago B.

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