domingo, septiembre 29

Belfast

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Recibí una de estas tardes el siguiente SMS: ¨Nodata Dominick Martin Valentia¨. Una especie de mensaje cifrado de película de espías. Seguí las instrucciones y los números que se transformaron en música en un proceso que nos parece de lo más normal. Fue escuchar la primera nota y pensar que aquí había algo. Entonces el problema de cómo es posible lo original en lo que parece otro ejercicio de género. En varios ejercicios de género. O más que el problema la maravilla. El mensaje se descifraba de la siguiente manera: Nodata es el donde; Dominick Martin el quién; Valentia el hecho. Un disco de acid jazz, digamos…que vira al house de autor (¿?????) y comienza de a poco a deshilacharse hasta ser una pura abstracción. Satie según el trip hop. Ironic jazz. El disco que pondrías junto a los discos de Benoit Pioulard (aka Thomas Meluch). Y de alguna manera retorcida (o que alguien pueda quizás explicar) junto a los discos de Bibio. Dominick nació en Irlanda del Norte en un lugar que cuando yo era chico era famoso porque explotaban bombas. Estudio Fine Arts en Belfast y se convirtió en dj, productor y admirador de John Cage. No tiene un blog ni cuenta de Facebook y es conocido como the quietest people in drum and bass. Podría pasarme un día entero con el track Autumn en modo repetición. Santiago Bardotti.

jueves, septiembre 19

Serenata de cinco cuerdas

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Mazzy Star sacó un disco después de 17 años. Hace 15; Laura, que era mi mejor amiga y compañera de aventuras, me escribió desde San Francisco diciendo que casi se suicida por mi culpa. Terminar la residencia fue como terminar la secundaria. Los siete que éramos fuimos expulsados en distintas direcciones. Éramos todos muy distintos pero nos unía el hecho que no podíamos tomarnos el psicoanálisis en serio como todo el resto. Laura terminó en San Francisco. Le regalé para el viaje On the road de Kerouac y So Tonight That I Might See de Mazzy Star con la siguiente anotación; en este disco está una de mis canciones favoritas ever. Se trataba de Five String Serenade. Vengo a enterarme hoy, que justamente esa canción no era del dúo Kendar/Sandoval; responsables de esa banda de dos personas, siendo Hope, en palabras (mejor dicho, en la sigla) de Foster Wallace my PGOAT por mucho tiempo. Siendo PGOAT; Prettiest Girl of All Times. Mazzy Star es para muchos (para mí) el dream pop o el neo folk mucho antes que llegara Devendra; para otros (Laura) simplemente sad pop. Puede ser. Me escribía Laura que esos primeros días en San Francisco vagaba por las calles en estado neuronal. Es un estado en que me he encontrado muchas veces; antes y después. Los impulsos son muchos; todo es nuevo y la capacidad de procesar a un nivel superior la información nula. Algunos lo llaman Choque Cultural también. Otros lo llaman simplemente tristeza, o home sick y es más o menos parecido a cuando un novio/a anuncia, out of the blue; que se va. A Laura la había dejado un novio y se había mudado a otro país todo al mismo tiempo. No son épocas para escuchar a Mazzy Star. O sí. Que se yo. Con Laura fuimos compañeros de correrías por años. Cuando la conocí recién se había casado como muchos en la residencia en una especie de acto reflejo que era, ¨termino la carrera y me caso¨. La mayoría tenía menos de 25 y la mayoría se separó durante el primer año. En las guardias pasaba de todo. Escucho Among My Swam mientras escribo y vuelvo a pensar que la voz de Hope hace creer en el mundo. Escuchar Mazzy Star/Hope Sandoval es, si posible, ver a tu primer amor por primera vez cada vez. Al menos ese primerísimo instante en que pensas que te quedarías ahí para siempre. Después, los discos a veces se hacen largos y los amores no duran. Mi PGOAT se terminó yendo con el pibe (uno de los dos) de Jesus & Mary Chain y en esa época hasta hubiera querido que me adopten. Con Laura, años después, por aburrimiento, pudrimos todo. Ella empezó a hacer escenas de celos (no estaba celosa sino aburrida) y yo una noche le dije que se dejara de joder; subiera al departamento como corresponde y lo hiciéramos de una vez por todas. Murakami avant la lettre. No subió. Five String Serenade resultó ser un cover de Arthur Lee, frontman de Love. Otra banda y otra historia completamente diferente. Escuché Seasons of Your Day anoche en ese estado de duermevela ideal para la ensoñación y el arrepentimiento. Dj malhumor.

lunes, septiembre 16

El álbum azul

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En su última novela, Ricardo Piglia, habla de Weezer y de su primer gran disco; el álbum azul del nerd pop. Cuenta también, sin decirlo, que era amigo de Jacoby y que alguna vez vio a Virus. Es un raro momento en una novela que empieza a lo Piglia y termina a lo Henning Mankell; es decir, cuesta abajo, una tristeza. Empieza como una novela y termina como una declamación. Como apuntes para otra novela que tal vez escriba algún día. Aburrido, cansado; Piglia. En estos días justamente me preguntaba qué música escucharan los escritores que nos gustan. Me lo preguntaba después de leer ¨Los sinsabores de un verdadero policía¨ de Bolaño. Qué gran novela sobre novelistas y poetas desquiciados. Qué gran novela sobre la pasión. Y me decía, alguien, un joven por nacer quizás, alguna vez escriba ¨Los detectives salvajes¨ del punk rock. Una genealogía inexacta, aunque verdadera, de bandas olvidadas que nacieron para brillar solo por una noche. O para no brillar en absoluto. Una genealogía Bolaño Borgeana de cantautores inexistentes. Y entonces, pasó por mi cabeza el pensamiento, que Bolaño; con toda esa sensibilidad para las vidas desperdiciadas parecía ajeno a la rebeldía del rock, del punk, del post rock. En fin, de cualquier música que nos guste y revele. Fresan en cambio tiene el buen gusto pero lo ha perdido su esnobismo. Creo. Fresan es el amigo que le va bien. Good for him; bad for us. El hecho permanece que no tenemos al cronista de todas esas vidas de muchachos y chicas desbocadas. Fabián Casas escribiendo sobre Zeppelin tiene grandes momentos peró. Casi como si hablara de San Lorenzo. Los demás parecen sociólogos hablando de tendencias. Piglia descubre en el pibe de Weezer un gran gesto. Deja el rock para ir a Harvard. O el MIT. No me acuerdo. Me quedo mucho más con el gesto del pibe de White Town que en el camino inverso dejó la academia para hacerse dj y puto. Now I know your heart, I know your mind You don't even know you're bein' unkind So much for all your highbrow Marxist ways Just use me up and then you walk away Boy, you can't play me that way Well I guess what you say is true I could never be the right kind of girl for you CHORUS: I could never be your woman I could never be your woman I could never be your woman I could never be your woman Dj Malhumor.

sábado, septiembre 7

El otro día en Los Angeles: Godspeed You! Black Emperor, los rufianes melancólicos

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Como llegué por segunda vez a Los Angeles es una historia que sería mejor contarla en otro ámbito. Lo importante es que ahí estaba, caminando por Hollywood en invierno después de cinco años. Reconocía las esquinas y veía que ya no había ni Tower ni Virgin pero que Amoeba  estaba mejor que nunca. Un mes y medio antes de este viaje me había enterado que en una de las noches de mi estadía angelina iba a tocar Godspeed You! Black Emperor. Nunca fuí fan, nunca supe la discografía de memoria, pero son parte de un recuerdo que involucra a un laburo que estaba muy bien (que como todos los laburos que están muy bien termina mal) y que tenía parlantes de los caros en mi base de operaciones. El entusiasmo duró lo que dura ir de un link al otro. Sold Out. Ok, chau, un tuit frustado lanzado al aire y a olvidarse.

El día del show fue largo. Llegué al hotel de Sunset Boulevard a las 8 de la noche y sin planes más que desvanecerme frente a la tele con un zapping HD, claro que además estaba ese plan descabellado: ir a ver que onda al lugar donde tocaban los canadienses locos estos.

Pensé en esa noche que estaba en París y tocaba Pavement con The National y media hora antes del show me llegaba un mail que me decía que estaba acreditado, que vayamos, que amamos los sitios como Encerrados Afuera. Genial, pero me confirmás media hora antes y es en la concha del pato: caminata larga, subte, combinación, subte largo, caminata por un barrio que no sabía que onda. Ganó la fiaca, total a Pavement los iba a ver tres semanas después en Barcelona, a The National no, pero eran jóvenes, recién sacaban el disco que tiene "England", les esperaban años de ruta por delante y ya los vería en algún lado. Al día siguiente me arrepentí y todavía me dura. Pensar eso y salir disparado fue una sola cosa. Después de todo no era tan complicado esta vez: había que tomar el bondi en la esquina y después caminar cinco cuadras por Hollywood. Camino conocido, segundo día en Los Angeles y ya parecía una rutina: juntar u$s 1,25 en monedas para el boleto, bajar en Amoeba, caminar hasta Hollywood y Vine tratando de recordar de que hablaba la canción de Tom Waits. Doblar y buscar el boliche.

Agarro Hollywood Boulevard que de noche es como agarrar la peatonal en Mar del Plata y mientras pienso que no debería haber traído la cámara se me acerca un gordo con pinta de taxista de Aeroparque. "Tickets for the show?", "Yes, how much?", "70 dollars", "... (¿tás en pedo campeón? )”. Después de un largo segundo de tensión me dice "ok, 50 dollars", "no, zenkiu, chu mach for mi" balbuceo, y mientras me alejaba me grita "i can give you for 40!".

Llego al boliche, el frente es como el del Teatro de Colegiales, con una marquesina como para sacar fotos icónicas, uno parado ahí con cara de “nada, dale que tengo que ir a firmar ediciones limitadas de mi box set” y tu nombre detrás. Había dos colas cortas que avanzaban rápido. Me mando para la entrada haciéndome el gil, esperando no sé qué para confirmar el sold out y es así nomás. Le pregunto a un par de hipsters genéricos si no tenían un ticket extra para vender. Me miran asustados durante dos segundos sin sacarse los pelitos de la cara, pero después se miran entre ellos y ponen cara de que no se van a rebajar a hablar con un morocho de acento hispano, mueven la cabeza y me dan la espalda. Ok, quedamos así. Aparece un negro grandote. “Acá me afanan, me cagan a piñas, soy noticia: muere argentino en confuso episodio en Hollywood” imagino. Pero no. El chabón me ofrece una entrada por 50. “No tengo”. “¿Cuántos tenés?”. “30”. “Ok, dale”.

Desconfié de todas las maneras posibles, pero el ticket era legal y solo salía 8 mangos más que lo que costaba originalmente. Me mando a la cola para entrar, una gorda negra de seguridad me pide documentos para chequear que soy mayor, como si no bastaran las canas de mi barba. “Wow, sos de Argentina, ¿de Buenos Aires?” ,“No, de Ushuaia”. Hace más de diez años que vivo en Buenos Aires, pero sigo diciendo que soy de Ushuaia, sobre todo en el exterior, no solo tiene mejor prensa, es como decir que sos de Alaska. A veces exagero y cuento historias de pinguinos salvajes, lobos y osos polares. “Eso queda muy lejos” grita la negra riéndose, se acerca otro de seguridad que escuchó todo, me dice “yo tengo amigos en Rosario ¿eso es cerca?”.

El lugar se llama Music Box at the Fonda y es una mezcla de teatro viejo poco mantenido con un bar indie con terraza al aire libre para exhibir tu hipsteridad. Di una vuelta de reconocimiento por las instalaciones y terminé con una Heineken en la mano justo cuando arrancaba el show. Ahí fue cuando meti la cabeza en la guillotina.

Vos te creés muy renegado y antisocial, pero entonces te encontrás con ocho tipos ¿o eran nueve? sentados en el escenario durante más de dos horas y media, haciendo equilibrio sobre la piedra redonda que persigue a Indiana Jones, postrockeando sin decir una palabra. Tres guitarras, dos bajos, violín, no quiero imaginar la cantidad de pedales, estos tipos ni siquiera deben haber pestañeado durante las dos horas y solo se movían para cambiar de instrumentos. Ningún "hello", menos un "yeah", esta gente es muy seria y está en una misión suicida. El público también, muchos ni miran al escenario, la mayoría shoegazea, mueven la cabeza afirmando constantemente no se sabe qué.

Casi todos los temas empiezan en calma, con un violincito y una guitarra triste o con pianos desoladores y melancolía fantasmal. De a poco aparecen otros instrumentos y todo el teatro va levantando vuelo, de repente no te diste cuenta y corrés esquivando balas en un país de medio oriente; pasan 12, 15 ó 20 minutos, termina el tema y todo es silencio, un segundo eterno de silencio liberador antes del estallido de los aplausos y los gritos. ¿Qué fue esto? esto es lo que a veces le pido a la música, llevame lejos,y si es con un blanco y negro granulado del bello encandilando desde la pantalla, mejor.

Por suerte la mayoría de las canciones eran de "Lift Yr. Skinny Fists Like Antennas to Heaven!",
el disco que más conocía. El nombre del disco no me lo acordé en el show, me lo dijo un indie en la parada del bondi. Un pequeño nerd lleno de granos que venía de un suburbio de LA y que ya había visto en el mismo teatro a Mogwai y Sigur Ros. Esperamos una hora con un frío de casi cero grados y en ese momento me contó sobre los discos que había comprado en Amoeba antes del show y sobre los mejores recitales que vio en su vida, me dijo que el que habíamos visto podría llegar a entrar en su top 10, pero lo tenía que analizar en perspectiva. A veces pienso lo mismo.



Jota Pérez



jueves, septiembre 5

Beach House en Buenos Aires: Una antireseña

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¿Tiene sentido hacer la crítica de un recital? Una razón para no hacerla es que pierde su función promotora o boicoteadora. Cuando se escribe una crítica, una de las intenciones es hacer que esa obra se vea/escuche o, contrariamente, que no se pierda el tiempo en verla/escucharla. En un recital esa función se pierde porque el recital ya pasó y como heráclitos rockeros que somos no podemos estar en el mismo show dos veces. Pero además, ¿qué se puede analizar en un recital? La crítica de arte es siempre un poco sospechosa desde que intenta objetivar una subjetividad. Pero dentro de ella hay diferentes instancias. La crítica de una obra nueva puede ser analizada de mil maneras, tomando continuidades y rupturas biográficas o de género, evaluando la eficacia de tal o cual mezcla, valorando tal o cual gesto, esbozando hipótesis de por qué falla o acierta, etcétera. Y si bien siempre queda una parte afuera, una parte intraducible e intransmitible propia de la experiencia íntima, hay materia para hacer análisis, para una acción prescriptiva, para la creatividad (una buena crítica no es la que más rigurosamente da cuenta de una obra sino la que mejor crea a partir de ella). Ahora, ¿hasta qué punto puede hacerse la crítica de un recital de rock sin caer en el mero relato de la experiencia? Si en una obra hay una parte que no se puede traducir, en la representación en vivo esa parte es prácticamente... todo. ¿Qué queda fuera de ella? La clásica lista de si sonó bien, si hubo buena acústica, si le pusieron garra, si tocaron mucho o poco, si cantan bien. ¿Pero qué importa todo eso? Se parece más a la cobertura del trabajo de un marcador de punta que a una crítica de arte. El recital ya pasó y salvo situaciones muy groseras, los recitales se disfrutan un poco más o un poco menos según la relación que se tenga con esa música, con esos intérpretes. Son espectáculos que tienen más de ceremonia que de apreciación adorniana del Arte, o al menos así los vivo yo (sic sic). La cuestión es que en algún momento de la noche, Beach House tocó Silver Soul, que es mi canción favorita por muchas razones, una canción poderosa, existencial, una de esas canciones que se vuelven un hogar. Y como todo sonó bien, le pusieron garra, tocaron lo que tenían que tocar y la voz de Victoria Legrand estuvo impecable, terminé esa canción muy emocionado.