martes, junio 28

Popeye

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¨Vos tenés que hacerte conocer¨ me dijo mientras me llenaba el vaso de whisky. ¨Te puedo decir que nadie, pero nadie debe haber hecho esto; venirse a esta aldea en bicicleta¨. Cuando nos dimos la mano casi me la quiebra. ¨Se ve que tiene fuerza¨ le dije. ¨Tenía fuerza; así como ves yo pesaba noventa kilos¨. Al rato vino directamente con la botella y una foto de él con sesenta y cinco años; no hace mucho porque ahora tiene setenta según me dijo. Es muy graciosa; está posando como un Charles Atlas y la verdad que tuve que mirar varias veces para confirmar que no era trucada; puro músculo y el cuerpo de un atleta ruso pero con pelo y barba blanca como un marinero. Igual a Popeye ahora que lo pienso. Anoche dormí en una colina bajo unos eucaliptos con una vista panorámica del río y el pueblo al otro lado. Llegué hasta ahí que es una especie de confín del mundo. El río es ancho y el viento era muy fuerte; las olas eran muy grandes y por otra parte la barcaza para cruzar se rompió. Con suerte crucé la tarde siguiente. Las nubes pasaron y encontré ese lugar perfecto. Me quedé mirando el atardecer mientras allá lejos, supe después; Pavone lloraba como los gauchos que me voy encontrando; gente sentimental en el fondo. El tiempo se había detenido. Me dije, el gato puede estar vivo o muerto, solo depende de sí miro. Lamentablemente en esta aldea a la que al fin llegué hay internet y leí los diarios. Igual unos paisanos en camión que ya en la mañana esperaban la barcaza ya habían comentado de los destrozos de Nuñez; en ese momento yo veía pasar unas vacas creo; cuando terminó el partido y mi infancia; la idea de ser los mejores, siempre todo el tiempo. Ja. Ni siquiera me salvó hacerme hincha de Peñarol esta semana que perdió la final. En fin. La vida está en otra parte. El viento no me deja dormir bien y parece a veces arrastrar malos pensamientos. Me vuelvo un chico atribulado como el protagonista de la perfecta ¨A Kind Of Funny Story¨. Una de las películas que me puso en el equipaje mi amigo Pablo. Creí que era mi autobiografía. Hasta cantan mi canción favorita de la adolescencia; Under Pressure. Pibe de quince que no para de pensar, obsesionarse por todo; sentirse presionado por los padres y que no encuentra otra salida que la depresión. De esa mala sangre sale una comedia bárbara. ¡Sí tan solo la hubiera visto! Las soluciones llegan aunque a veces tarden. ¨Vos andás en camping no?¨ Volvio a desaparecer y me trajo un libraco estilo biblia que resultó un catálogo de outdoors; ¨Te volvés puto mirando eso¨. Yo le mostré el cuchillo que me regaló el loco Juan pero esa es ya otra historia.

Dj malhumor.

lunes, junio 20

Carlos, de Olivier Assayas

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Primero que nada hay que aclarar que la película que se estrena aquí y en varias partes del mundo es un recorte de la miniserie que Olivier Assayas filmó para la televisión. ¿Tamos?

Bueno, para el desprevenido que no lo sepa, “Carlos” es “Carlos, el chacal” un famoso terrorista de los años 70 y 80, que principalmente sirvió a los intereses de organizaciones radicales proalestinas. (Además inspiró la tapa de un disco de Black Grapes).

Seguramente más de uno criticará la falta de rigurosidad de “Carlos” (como, por ejemplo, el propio Carlos) o la espectacularización de la historia.
¿Pero necesitamos una película aséptica históricamente? Quizás sí, pero “Carlos” es otra cosa y está bueno que lo sea. Tampoco es, por suerte, una película de memorabilia, como esas de las que abundan, donde las referencias nostálgicas no tienen fin y te pueden aparecer Gorbachov y Reagan peleándose en la Plaza roja, mientras ven a Maradona meter algún gol en México ´86. Lo dicho: ni siquiera es una película estrictamente “histórica”. Es más bien una película que utiliza la estructura de la guerra fría, que se vale de pedazos de su historia y construye a su vez la suya propia, la cual no sólo es más divertida sino que expresa más abiertamente una mirada sobre esos años, y con algo de suerte hasta nos ayuda a entenderlos.

Si Carlos se construye en "Carlos" como una figura carismática, super cool, determinada, con un físico espectacular y extremadamente seductor, no de una manera menos esquemática se construían a sí mismas las organizaciones terroristas durante la Guerra Fría. Si las chicas de “Carlos” se calientan con su poder y sus granadas (mención aparte para el talento de Assayas para filmar estas escenas) no es algo gratuito. Todo ello expresa la forma en que se originó una buena parte de esas organizaciones terroristas, muchas veces más llevadas por la líbido y la adrenalina primero y por el dinero después, que por un background ideológico sólido y con fuerza estimulante propia.

Carlos (sin comillas), así configurado, representa en sí mismo la historia de esa multitud de organizaciones terroristas que nacieron desde el romanticismo comunista (con toda la sinceridad e inconciencia que eso implicaba) y que se fueron convirtiendo en estructuras vacías, en maquinarias profesionales y bien lustraditas, pero sin un norte ideológico preciso. En fin, que se transformaron en pymes o en grandes empresas proveedoras de atentados para manijear una u otra decisión política o económica.

En una escena, Carlos acusa a su futura esposa de estar jugando a ser terrorista. A tener un pasaporte falso, viajar por el mundo, darle un poco de adrenalina a una vida de pequeño burguesa.
En verdad, allí Carlos se acusa a sí mismo y acusa a toda la lucha armada de esa época. A todas esas brigadas internacionales que funcionaban como guardianes y promotores de una realidad cada vez más putrefacta. Que en vez de preguntarse “¿Qué pasa Secretario General?” se embarcaban en el infinito juego de los atentados sustitutos, transformándolos y transformándose en nada más que mercancía. En una especie de terrorismo de oficina.

La forma espectacularizada y carismática de “Carlos” al narrar el derrotero de Carlos, como joven promesa del terrorismo internacional, movie star luego y figura patética y decadente al final, narra en realidad el derrotero de una forma de entender la política que osciló entre el internacionalismo romántico y la tecnocracia militarista, y que muchas veces tenía la forma pero no siempre el contenido.

Más allá de las interpretaciones históricas de forma y contenido, la película funciona muy bien como thriller. Creo que puede atrapar a cualquier espectador esté interesado o no en hurgar en la historia del terrorismo. Las tres horas se pasan más rápido que lo que tardó el Glasnost en derrumbarse. Y eso ocurre porque la película asume el ritmo de aquellos años desesperados. Entonces sabe jugar entre la tensión y la explosión, entre las esperas, los planos largos y los abruptos cortes de ritmo que generan las balas y granadas. De esa manera, se conforma un thriller trepidante, carismático, glamoroso, sensual, a veces ridículo pero siempre apasionante. Bueno... como la Guerra Fría misma, ¿no?

Carlos se exhibe en las salas Arteplex Belgrano, Centro y de Villa del Parque. También en el Sunstar de San Isidro. Además, en la sala Lugones a partir del martes 21 comienza una retrospectiva del cine de Assayas con copias en 35mm.

Las marimbas del infierno, de Julio Hernández Cordón

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Un marimbero sin público y perseguido por la mafia de las marimbas, un lumpen adicto al pegamento y un metalero ex satánico y ex evangelista se juntan para conformar una improbable banda de heavy metal marimbero. De esa sinopsis podría salir una típica tontería indie sobre personajes excéntricos, o podría salir algo más que eso.

Una parte de la película quizás responda a la primera opción, aunque con una mirada de cariño y empatía.
Pero por suerte la película no se queda ahí. Es sobre todo una obra que festeja la posibilidad de la creación desde la nada, desde los márgenes o directamente desde las ruinas. Alfonso, por ejemplo, no tiene más que su marimba, pero en lugar de olvidarse de eso y conseguir un trabajo común y corriente, lleva su aparatoso instrumento (con su lema “Siempre juntos”) en largos planos a través de las calles de su barrio, para guarecerlo de las mafias y seguir tocando. El chiquilín (gran personaje), es un lumpen bueno para nada, pero no deja pasar la oportunidad de la banda para darle rienda suelta a su pésima voz y carencia total de ritmo. Y para el metalero ésta es una
oportunidad, extraña pero oportunidad al fin, para reencontrarse con su música. Los tres viven una existencia sin rumbo, patética y medio slacker, pero no renuncian nunca a hacer lo que les divierte (casi digo “a sus sueños”, pero no sólo sería cursi sino inexacto, porque no sé si son sueños lo que tienen).

Una de las escenas más divertidas de la película es cuando el chiquilín va en busca de una especie de subsidio estatal para nuevas formas artísticas. Lo asesoran y le prestan un traje para aparecer más presentable con las autoridades. Pero el traje le queda grande y los pantalones se le caen. Se cansa y tira los pantalones por ahí. El intento por salir de la marginalidad y hacer entrar a la banda al sistema se cae por su propio peso.

La película sólo tiene dos problemas. El primero es que es difícil su disfrute sin subtítulos para el público argentino. La calidad del sonido no es óptima y el acento guatemalteco a veces se escapa. El otro, menos técnico, se produce cuando la película exagera algunas excentricidades buscando el efecto cómico. Pero afortunadamente son momentos aislados. En general la película gana, y lo hace porque propone esa mirada empática pero no demagógica de la marginalidad. Gana porque apuesta por la posibilidad creadora y la ilusión, y no por la documentalización conmiserativa. Porque es cierto, se burla un poco de sus personajes, pero también les da ese aura de bricoleurs que se la rebuscan con lo que tienen para no dejarse succionar por el vacío. Y de eso puede salir cualquier cosa. Como un grupo de heavy metal con marimbas. Y ya con eso sólo vale la pena acercase hasta el gaumont más cercano.

Las marimbas del infierno (Guatemala, 2010) se exhibe en el cine Gaumont en estos horarios: 13:00 , 19:50 , 16:25

domingo, junio 19

Exilio

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¨Decile a ese viejo choto que me pague lo que me debe¨ me dijo el torcido y me envolvió los chorizos en un papel de diario. Me llevé litro y medio de Tannat y unas facturas para el desayuno. Después pasó una semana sin saber bien cómo. Vimos Santos-Peñarol y el western de Ed Harris y Vigo Mortenssen: ¨Never is a long way from here Mr. Braggs¨. Nos encantó. Un mundo nítido como los cielos del lejano oeste; claro y distinto como las ideas cartesianas. Salimos en chiva de compras y fuimos hasta la playa un par de veces; los surfistas solitarios como únicos habitantes esperando las olas. Tuve unos cuantos sueños enigmáticos y escuché en silencio las enseñanzas de mi gurú cimarrón. Por la noche desde el rancho se escucha el mar. ¨Todos nos llovemos malhumor¨ me dijo; ¨el día que aprendas eso tal vez dejés de rumiar pensamientos como una vaca vieja¨. Por la mañana escuchamos una radio de Rocha donde pasan payadores. Hay uno que canta una canción increíble de un ciclista que hace la vuelta de Uruguay a fuerza de grapa que toma en las bares de cada pueblo que va enumerando como en un poema de Borges. Muy gracioso. La mayor parte del tiempo él habla y yo escucho. Nunca conocí a nadie que tuviera tanta razón; que sus razonamientos fueran tan definitivos; como levantarme todas las mañanas y tomar mate con Kant. Sus razonamientos son evidentes y me puede convencer de cualquier cosa; de que hay habitantes en Alfa Centauri (y que habla con uno por las noches); del Kharma y Dharma; de la ley de recurrencia como él la llama o que un colombiano del que escuchó hablar por primera vez en Alaska sabe cómo es definitivamente todo. De las trasnoches desveladas me quedan dos canciones: Reflections of the televisión de The twilight sad (hipnótica) y Lavander de Go-Betweens (acojonante). Me enseñó a amasar fideos y preparamos un estofado de avestruz. En la heladera nos espera un lomo de carpincho para el domingo. Una tarde vino un tipo a presentarse porque se había venido a vivir al pueblo y el sobrino le recomendó que viniera a presentarse. No sé cómo pero como introducción contó que se había divorciado y por eso estaba acá. Se había ido con una chiquilina de veinte y la chiquilina lo terminó dejando. Su mecánico le dijo; ¨no le dé más vueltas; ese es un cheque que ya cobró, ya lo disfrutó; ya está¨. Entonces se vino al mar para ordenarse. A la canción de Twilight Sad no paro de escucharla. Me recuerda a The Mission aunque ya no recuerdo nada de The Mission. Ni siquiera me gustaba mucho esa banda salvo una canción. Creo que tocaron en Buenos Aires pero no estoy seguro. Creo que fui incluso al concierto pero puedo estar confundido. Jamás pensé que podía olvidarme de algo así. Mientras tanto me entró un mensaje de Miss Malhumor. Dice que está en Alburquerque. Es un lugar al que quisiera ir; como a Spokane y Tallahassee. Algún día haré el tour de los nombres estrafalarios.

dj malhumor.

Look At What The Light Did Now, de Anthony Seck

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Que Feist tiene una voz hermosa no es nada nuevo. Que sus dos discos son increíbles, tampoco. Incluso vale la pena buscar sus colaboraciones (en Dark Was The Night y con Kings Of Convenience, o Broken Social Scene, en sus inicios). Será por eso que este documental decide no mostrarnos nada de eso. En su lugar nos habla de una Feist tímida, reservada, que necesita ayuda para expresar todo lo que quiere trasmitir en sus recitales. Para lograrlo se vale de una mujer que, en mi opinión, tiene el mejor trabajo del mundo: maneja el show de sombras que se proyecta durante el recital. Mediante sus manos, arcilla, pintura de colores; recrea un escenario específico para cada canción. El resultado es sorprendente, pero para un documental nos queda chico. Es cierto que en el ínterin nos muestran partes de las sesiones de grabación de The Reminder, se agradece. Incluso hay entrevistas a viejos conocidos, como Chilly Gonzales o Kevin Drew, nuevamente se agradece. Pero cada vez que entrevistan a Feist se siente la distancia, casi confundida con frialdad. Ese es el tono del documental. Todo lo que muestra es hermoso, perfecto, pero tenía la misma sensación que al estar tras el vidrio de una vidriera. Es una lástima, porque verla en vivo parece una experiencia fabulosa y esto es lo más cercano que tenemos. No me malinterpreten, ver el montaje de I Feel It All, hecho con la suma de varios recitales, por sí solo vale
la entrada, pero da la sensación que había mucho más por explorar.
En una línea: ¡Qué linda es Feist!, pero yo me quedo con "la chica de las sombras".

Gustavo Mellado

Páginas de interés:
Sitio del documental: http://www.listentofeist.com/lawtldn


martes, junio 14

Dj che ataca de nuevo

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Sé cuando salgo pero no sé exactamente a dónde apunto ni por cuánto tiempo. Cruzo el río y entro en otro mundo; como dijo Rodrigo Faisán, es un país de colgados; l´uruguay vo´. Los dos primeros días hizo un frío mal. En lo de Ramón me dormí una siesta en el sillón del living y después salí a caminar. De aquel lado recibieron el regalo de las playas y las islas. Cuando después bajé llegando a Colonia encontré las barrancas al río que son increíbles como las playas de arena vacías. Una vez que te animás sabes que podés dormir donde quieras y acampé frente a la marina y la ciudad vieja con la mejor vista posible. La luna colorada desapareció en el río. Lástima no ser poeta y haber nacido en el veinte. El domingo me metí en la ruta 50 rumbo a Tarariras. En el bar del pueblo un tal Gerardo me invitó un sándwich de chorizo seco y pan casero. También recibí indicaciones para agarrar la picada de Benitez y llegar a la Colonia Suiza. Comí cazuela de mondongo en la vereda y acampé solo junto al arroyo. Crucé las rutas 5, 6, 7 y 8. Crucé un gato del pajonal también. Una figura marrón pasó adelante tan pegada al piso que parecía que se arrastraba; por todo lo demás parece un gato café con leche algo más grande. Pero habla otro idioma; es arisco y antes se hace matar que volverse mascota. Vive de robar gallinas y duerme en cualquier parte. Me cae bien claro. Una de esas noches soñé que siguiendo la calle Emilio Lamarca al fondo hay una serranía donde se pueden ver gavilanes. El día siguiente vi dos y unos cuantos halconcitos en los cables que empiezo a pensar que es siempre el mismo y me cuida. En San José encontré un hotel por cuarenta pesos. Crucé el río Santa Lucia y le metí derecho por la ruta 81 que tiene la virtud de no pasar por ningún lugar importante. Me tomé un vaso de vino clarete en San Bautista y llegué cuando menos lo pensaba al pie de la sierra. Allí dormí y desperté entre la niebla. En Pan de Azúcar casi tiro al piso un puesto de panchos y en Piriapolis almorcé entre el mar y el Hotel Argentino. Esa noche dormí frente al océano con la idea de que la marea iba a subir y me iba a llevar. De todos modos estaba muy cansado para moverme y me entregué nomás pensando que es agua, nada más que agua.

dj malhumor

sábado, junio 11

Vacas al río

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Cumplí mi sueño de cowboy y me hice un fuego bajo la luz de la luna. No hay todavía luna llena pero ya me había explicado Ceferino que mejor que una linterna es acostumbrarse a la oscuridad; después de un rato los ojos ven. Cruzar la balsa fue atravesar mundos. Pasé por Punta del Este pedaleando; no podía dejar pasar la oportunidad y mandé un par de mensajes; ¨saludos desde Punta¨. Ese fue mi codeo con el jet set; ja. Me metí en un bar cuando el cielo se oscureció de golpe y pensé que otra vez se venía la lluvia. Pero no; eran las cenizas chilenas que pasaron también por acá; al rato el sol brillaba y parecía primavera. Con viento a favor en un rato estaba en la balsa de Laguna Garzón. La balsa es literalmente eso; una balsa arrastrada por un bote viejo por un paisano taciturno. Del otro lado el camino es de tierra y ya no hay más nada. Increíble que se haya mantenido así. Kilómetros más kilómetros de campo y mar; algunas chacras y las vacas titilando en dirección del océano. Con la última luz llegué a la laguna de Rocha donde se termina el camino. Ya podía verse encendido el faro de La Paloma donde en el bosque me espera Néstor. Caminé alrededor de la laguna porque parecía que iba a poder pasar nomás y así fue la mañana siguiente. Normalmente el mar sube y entra por un canal bastante profundo. Pero se abrieron las aguas y pasé arrastrando la bicicleta un poco. Le iba a encantar a Néstor la imagen. Me dormí algo inquieto porque podía ver los relámpagos de una tormenta enorme en el horizonte. Parecía lejos pero nunca se sabe. Desperté en medio de la noche y ya no se veían más que estrellas. Como no me podía volver a dormir me puse a leer un libro que me recomendó B Fleishmann en Viena. El libro lo compré en Paris el año siguiente cuando me encontré con un norteamericano de Road Movie que me iba a hacer millonario. Más raro que la ficción. Sí lo cuento no me lo creen. No funcionó el negocio extraordinario pero estuve en Paris, me invitaron una cena en el barrio latino y me compré el libro de Izzo que aquí estaba por fin leyendo. Está buenísimo. Un inmigrante italiano convertido en policía de segunda en una Marsella decadente. Noir noir. Como las noches son largas lo largué todavía en la oscuridad. Mañana para encontrar a Néstor voy a preguntar por el almacén del Torcido. Lo escribo con mayúscula porque es un tipo importante el Torcido; el almacén tiene escrito su nombre y lo conoce todo el mundo. Solo en Uruguay puede pasar algo así. El Torcido no es ni un caballo ni le dicen así porque su mirada es torva. El tipo es así nomás; torcido; un hombro le empieza en el Oeste y el otro le termina apuntando al sur. La última vez hasta le saqué una foto. Es muy simpático y amable. Porque es gratis me volvió a decir cuando le pregunté por Néstor; ¨dos cuadras pasando la curva¨ y para allí salí.

dj malhumor

jueves, junio 9

Who Is Harry Nilsson (And Why Is Everybody Talkin' About Him)?, de John Scheinfeld

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Pocas veces un título tuvo tanta relevancia; el documental de John Scheinfeld (al que pueden recordar de documentales como The U.S. vs. John Lennon) se encarga de contestarnos las dos preguntas, aunque la segunda es una consecuencia directa de la primera. Al escuchar el nombre de Harry Nilsson, a algunos se les vendrá a la cabeza Midnight Cowboy, con "Everybody's Talkin'"; a otros, "One", posiblemente en la versión de Aimee Mann para Magnolia; pero para unos cuantos el nombre no resonará en ningún lado. No lo consideren una falta, está lejos de asemejarse a no haber leído o visto un clásico indiscutido; sencillamente Harry Nilsson no tuvo ni tiene la difusión, o el reconocimiento, que se merece. Las razones -que son muchas- aquí se explican con la típica estructura de documental, pero que sea típica no significa que esté mal empleada. Las entrevistas nos aportan las distintas facetas de Nilsson, y contrastan a la perfección con sus propias palabras, o canciones. Palabra clave: canciones. Porque Harry Nilsson tenía una voz increíble, pero era, ante todo, un gran compositor. Esa dicotomía lo acompañó toda su vida, alternando entre composiciones propias y discos de covers (pero no se imaginan qué covers, reversionó muchas canciones de Los Beatles en una sola: You Can't Do That, a lo que Lennon dijo que era el mejor cover que alguien podría haber hecho). Es la que hace que lo conozcamos por Everybody's Talkin', aunque no la haya compuesto; o que nos suene Without You (sí, la de "I can't live, if living is without you..."), pero no sepamos que es su voz, y que tampoco fue escrita por él. En fin, podría escribir mucho más sobre este personaje, pero para eso tienen el documental (se consigue por ahí, sin subtítulos, pero conozco a alguien que está trabajando en eso). Si quieren escuchar algo mientras se baja el documental, como para ir con algo leído, bajen el compilado Personal Best, es el único en el que Nilsson eligió las canciones, de hecho era lo último en lo que estaba trabajando. Podría ir más lejos y decirles que si no tienen ganas de ver el documental, igual se bajen ese compilado, ni bien escuchen cuatro canciones, querrán ver el documental.

En una línea: ¿Te acordás del documental de Daniel Johnston? Este tendría que haber ocupado su lugar en el último BAFICI, pero pasó sin pena ni gloria.

Gustavo Mellado

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