viernes, enero 28

Los queridos

Una vez, gracias a una serie de acontecimientos fortuitos que incluyó el helicóptero de De La Rua, un pasaporte robado, un nombre mal escrito, un trekking a Plaza de Mulas, algunas decisiones tomadas a las apuradas, y un invierno en Mar del Plata, me encontré en Montreal el año que estalló el pop canadiense. Arcade Fire, Broken Social Scene, Stars, tocaban en el bar de la otra cuadra por dos pesos. Tratando de descubrir la razón por la qué volví del país en que está todo bien, solo puedo decirme que todo era demasiado fácil y por tanto, para uno de nosotros, irreal.
Una de esas noches, entre todas las bandas que vi sin saber que muchas serían grandes, estuvo The Dears, no de las más conocidas pero una de mis favoritas. Tocaron en un primer piso en una especie de salón de cumpleaños, ellos en el centro y todos alrededor en una clase de celebración. Esos momentos que no se olvidan y que cualquier descripción no está a la altura. Tampoco sus discos, que parecen ofrecer menos de ellos. Es que The Dears es el famoso grupo en vivo. Ecléctico, inesperado, caprichoso y lleno de regalos. Hacía tiempo que no sabía nada de ellos ni que ponía algunos de sus discos (¡ja, que antigüedad!). Será que cada vez que pienso en Canadá me duele un poco, por no haber estado a la altura. Y en esta semana apareció su último disco, Degeneration Street (gentileza nodata.tv). Una tapa espantosa y una música soberbia. Lo escuché anoche muy de madrugada y mientras me dormía. En esa bruma me llegó otra vez lo mejor de ellos. La música del azar.

Santiago B.

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